Las vidas de Silvia,
Belkis y Conchi se cruzaron con las de Paloma, Teresa y Lorena por una
necesidad: la de atender a los hijos de estas últimas cuando se
incorporaron a trabajar. Ni Paloma, ni Teresa ni Lorena lo expresan de
otro modo, aunque sus historias personales y profesionales difieran.
“Llega
un momento en que tienes que resolver qué hacer con los niños y en mi
caso no contaba con ninguna otra ayuda familiar, ni abuelos ni hermanos
cerca, y unos horarios incompatibles entre mi marido y yo. Por eso,
cuando se me acabó la excedencia, decidimos contratar a alguien”, cuenta
en A Coruña Teresa, madre de Estela y Guillermo, de 8 y 7 años.
Entre
ellas, cuidadoras y madres, se ha creado ahora un vínculo tan estrecho
que relatarlo en términos de empleadora y empleada sería, además de
injusto, un ataque directo al corazón de quienes pasan ocho horas al
cuidado de los más pequeños. “¿Que si les tengo cariño a estos niños?
¡Yo los adoro! Son parte de mí. Son mi familia: ¡Diego estaba en la
barriga de su madre cuando yo llegué a su casa y Clara tenía dos
añitos!”, exclama ofendida Conchi Guillén, quien trabaja para Lorena y
José Luis, al cuidado de sus hijos, desde hace más de siete años.
Como
ella, Silvia y Belkis se dedican de forma exclusiva a una profesión que
se ha englobado laboralmente bajo la etiqueta “empleada de hogar” en el
régimen general de la Seguridad Social al que pertenecen (sistema
especial de empleados de hogar). Y en el que, según datos del ministerio
a 31 de enero del 2013, en Galicia están inscritas 27.157 personas
(26.444 mujeres y 513 hombres).
Unas cifras que no permiten deducir
cuántos se dedican al cuidado de niños, pero sí aproximarse a la
situación real de mujeres como Belkis, Conchi o Silvia, a las que
popularmente se las conoce como cuidadoras. Sus contratos, a tiempo
completo, explicitan tareas domésticas como planchar, limpiar o cocinar,
pero la motivación real de su empleo es la falta de conciliación
familiar y la urgente necesidad de encontrar a alguien que atienda a los
niños. Por un trabajo de 8 horas diarias cobran una media de 750 euros,
con dos pagas extras que suelen ser de medio sueldo. Tanto si trabajan
por horas como si no, es el empleador quien abona la seguridad social
(unos 150 euros por 40 horas semanales). No tienen derecho a paro y son
las familias quienes pagan la seguridad social en caso de baja laboral.
Así
lo confirma Paloma, que ha sido madre de Nicolás hace tan solo nueve
meses y ha vivido la incorporación al trabajo con la desazón propia de
una primeriza: “Separarte de tu bebé es difícil. Las empresas hablan de
conciliación y presumen de darte facilidades, pero la realidad (y más en
este momento) es que hay una presión terrible. Mi marido y yo vivimos
en Vigo y decidimos que la mejor opción para nuestro hijo, siendo tan
pequeño, era contratar la ayuda de una persona. Mis padres trabajan, y
la dependencia de los abuelos tampoco la queríamos. Lo que buscas por
encima de todo es alguien de confianza, una persona buena y responsable,
y tuvimos la fortuna de encontrar a Silvia. A ella ya la conocíamos
porque trabajaba para unos amigos que se han ido a vivir fuera de España
y ya sabíamos cómo encajaríamos”.
“Es una prolongación de mi”
Porque
lo importante para que la relación funcione entre ambas partes es esa
finísima línea de respeto, cariño y lealtad de uno y otro lado. “Silvia
es una prolongación de mí –explica Paloma–. Es mi otro yo. No puede ser
de otro modo. Porque este es un trabajo muy peculiar: de repente una
persona desconocida cuida de TU hijo, de TU casa, de TU perro... ¡Cómo
no voy a valorarla! Yo lo que quiero por encima de todo es que ella esté
contenta para que mi hijo esté bien”.
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