21 de agosto de 2015

"Niño, ¡he dicho que comas!"

Comemos solo por apetito, porque casi ya nunca tenemos hambre. Satisfechos por haberla superado, ahora nos quejamos de que nuestros niños no comen. De hecho, el hambre es lo que incita a comer, el apetito a buscar determinados alimentos, la saciedad obliga a parar de comer. Y, así, el rechazo de alimento constituye la tercera demanda en frecuencia en las consultas pediátricas, según indica la Sociedad Española de Pediatría (Sepeap).
La educación alimentaria es la que generará los límites en la alimentación. El consumo excesivo de proteínas comprobado en nuestros niños pequeños, aumenta el riesgo de obesidad y problemas asociados. El Estudio Alsalma, desarrollado por Danone Nutricia, analizó los hábitos nutricionales de niños españoles entre 0 y 3 años, y detectó que la ingesta media de proteínas en niños de entre 1 y 3 años era 4 veces superior a lo recomendado. Este consumo excesivo de proteínas parece aumentar el riesgo del futuro desarrollo de obesidad y enfermedades cardiovasculares (hipertensión, infarto de miocardio o ictus).
La familia le ofrece al niño alimentos intentando que los reconozca, los acepte, los pruebe, le gusten y se los acabe comiendo. «Pero este proceso requiere un tanteo y para ello el niño necesita su tiempo», indican desde la Sepeap.

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